Siguiendo con mi visita al palacio de Schönnbrun, me es imposible obviar la belleza y paz que se respira en sus bosques. Allí, en medio del bullicio vienés, y aunque sólo sea por unos segundos, la fragancia arbórea de las copas verdes ilumina el cielo. Una sonrisa en mitad de la tormenta, un rayo de luz en mitad de la oscuridad, un todo en mitad de la nada. Esa sería una buena descripción (algo poética) del entorno al que me refiero, plagado de árboles de frondosas copas y pequeños senderos que se pierden entre la maleza para conducirte a la Gloriette, el Palmario, a las demás fuentes, e incluso al corazón de Schönbrunn. Un sitio entrañable, y ante todo, muy recomendable.